|
|||||||
Es probable que nunca los galleros argentinos se han de poner de acuerdo con
respecto al tema de la longitud y agudeza de la púa. Hay, sin embargo, un largo camino
de evolución que va, desde la prolongada que se utilizaba cuando se peleaban gallos
ingleses y de vertiente española, hasta la que introdujeron los británicos a fines del
siglo, cuando incorporaron al acervo gallístico argentino los Calcuta, Asil y Malayo.
Después vinieron los japoneses. El punto final lo va a dar la invasión brasileña de la
década de 1960, donde de acorta la púa y en muchos casos se vuelve mocha. Para
ese entonces en el país toda la gallada estaba cambiando, lo mismo que los
reglamentos, donde se incorpora el reloj y se abandonan los corredores, instituciones
que muy pocos añoran. Sin embargo, ahora vuelven los adeptos a la púa larga a revivir, como en un proceso de involución. Los argumentos son de distinta índole: que las riñas se prolongan, que hay pocas alternativas, que no hay efusión de sangre ni volteos. En este tema vale sentar un punto de partida: si en la Argentina se ha venido optando por una determinada calidad y conformación de gallos, es porque se tiende a evitar el factor suerte en los combates y se le da mayor importancia a la figura del gallero. La púa larga posibilita los cambios abruptos en la lucha, muchas veces debido al descuido del animal superior o cuando el cansancio hace que el que va venciendo haya cedido en sus posibilidades de defensa. Surge entonces, el golpe de suerte que hace que uno no pueda anticipar quien es el que ha de triunfar o ser derrotado hasta el instante final. Es como si se destruyera la lógica, y las riñas se alongaran esperando el golpe de suerte o la quebradura fatal, que se da con inusitada frecuencia por la púa larga. Es una especie de conspiración contra el profesionalismo y la dedicación del aficionado. Si algo ha molestado a los galleros argentinos es la acusación de ser bárbaros, que está montada sobre la idea de que los gallos de matan o se destrozan. Todos sabemos que no es así, ahora. Pero que si lo es en Méjico, Venezuela, Francia o Bélgica. Lamentablemente sigue siendo así en Uruguay, donde cada domingo se ve un número grande de animales quebrados. Si con algún argumento se pudo replicar, es el de la ignorancia, porque sabemos que los gallos en la Argentina, con la púa corta, no sólo no se matan, sino que son absolutamente recuperables. Sin embargo se vencen, incluso en tiempos menores. Si se aspira a que un día la sociedad reconozca el derecho a tener una actividad legal, la púa larga conspira contra ese derecho, que da razones a quien critica sin saber la antigua institución de las riñas de gallos. Es cierto que los gallos no se ganan con púa corta. Lo real es que con cualquiera hay días en que sólo se ven tablas y hay otros en que las definiciones son completas. Incluso hay oportunidades en que las definiciones se dan en mayor medida y frecuencia con púa corta que larga. Depende del día y de distintas circunstancias. De noche, por ejemplo, dificilmente los gallos lleguen a otra cosa que a un empate. Todo esto hablando de los instrumentos que se han utilizado estos últimos años en el país, excluyendo las “lanzas” que hubo hasta la década de 1960. Adviértase que junto al gallo venido de Brasil – que son todos los que hay hoy en el país – y a las nuevas formas de tratar que se incorporaron, no entró la llamada “púa nacional”. La razón fue que con ella los gallos se arruinan y hay una enorme cantidad de descarte por muertes o heridas. Es que esas modalidades no encarnan con la mayoría de los galleros argentinos, que practican el “deporte de los reyes” pero no están dispuestos a admitir que se “mejicanice”, por la simple razón de que se precisaría otro tipo de animal. Los que más se inclinan por la “púa brava” son aquellos que se dedican al juego y no tienen paciencia para ver las alternativas que proponen los animales bien preparados, luchadores y que van haciendo la pelea lenta pero con seguridad. También los que van a las riñas como urgidos, soñando desde el primer momento con el instante del retorno al hogar. Los galleros que valores el buen trato, una alimentación apta para combates esforzados, una selección que elimine aquellos que no podrán equipararse a los mejores, son los que no se sienten molestos por la púa corta y tiempos de pelea que superen la hora. Sólo aquellos que puedan lograr esto – pierdan o ganen -, saben el porqué de las desventajas de la púa larga. Es cierto que con la corta no hay efusión de sangre y generalmente no hay volteos ni quebraduras. Hay quienes van a las riñas buscando ese tipo de sensaciones que pueden encontrarse en las peleas de perros u otros entretenimientos. Son respetables, pero deben confesar su pasión en ese sentido. El verdadero gallero generalmente trata de conservar su animal, triunfe o no, evitándole sufrimientos inútiles y excesivos. Si los gallos se vencen con púa breve, igual que con la más larga – esto lo muestran las estadísticas – no se advierte el porqué de la inclinación a ver destruidos animales que uno ha criado desde chicos, aquellos en cuyos padres el gallero ya veía la esperanza, esos que durante el crecimiento, requerían especiales cuidados. Destruirlos haciéndolos sufrir inútilmente parece caprichoso, y da razón en alguna medida a quienes critican las riñas de gallos, que es lo que todos, en la Argentina estamos tratando de hacer perdurar. |