LOS QUE ENSUCIAN LOS GALLOS
01 Nota de Diego Young para la revista argentina "Tradición Gallera"
 
Con la degradación de las costumbres y la pérdida de los valores que castigan a la sociedad ha aparecido entre nosotros, los galleros, un mal: los que ensucian los gallos. Si se recorre la historia de las riñas en el país se verá que esto no sucedió nunca, recién ahora se hace necesario incluir en los reglamentos o en las prácticas de los reñideros el lavado de los gallos en forma previa al combate. Los viejos reglamentos, comenzando por el de Córdoba de 1807 y siguiendo por todos los demás, no tenían cláusula alguna en cuanto a la obligatoriedad de los baños. Sólo afirmaban que los gallos no se debían “ensuciar”. De hecho nadie los ensuciaba, pues bien, quien lo hacía era expulsado de todos los centros gallísticos. ¿Que se gana ensuciando? Preguntaba hace poco el maestro Néstor Guerrero, de Don Torcuato. Lo cierto es que no se mejora la raza, no se logra un mejor animal, no se soluciona nada. Quizá en alguna riña se gana algún peso, pero nada más. Y el riesgo es enorme, porque de ser descubierto la imagen del gallero cae por el suelo, y son muchos los centros que no lo han de invitar jamás. Es como hacer trampas en el juego. Quien ensucia, roba y además arruina la esencia de la riña de gallos que es la competencia leal. Si el valor, la precisión del tiro en el combate, el entrenamiento que le damos, son los valores supremos de este deporte, el que ensucia está en contra de todo esto, pues se muestra capaz de apelar a mecanismos que nada tienen que ver con la lealtad, y mucho menos con la amistad que nos une a todos los que queremos esta profesión y somos capaces incluso de quebrar la ley injusta con tal de mantenerla viva. Siempre se habló de “grasa de zorro”, de “ajo” y de otras minucias como instrumentos que lograban ventajas a nuestros gallos, pero lo cierto es que esto nunca se ponía en práctica, pues no era legal aunque en algún caso pudiera ser efectivo. Pero desde hace unos años se ha comenzado a ver a gente que trampea en alguna forma. En más de un reñidero se ve a gallos que van ganando y de pronto se duermen como buscando al contrario, casi ciegos. Al rato están cantando y los volvemos a pelear a las dos semanas. Gallos que se quedan con las plumas engomadas en el pico dificultando la mordida. Y así se recurre a mecanismos que todos conocemos, pero que nadie utiliza porque la mayoría de los que hacemos riñas somos galleros. El tramposo no lo es, sólo es tramposo. ¿Qué pasaría si todos comenzáramos a utilizar estos mecanismos para tratar de ganar? Desaparecería la riña de gallos verdadera de la Argentina. Esta pasión que cuesta tanto sostener, sobre todo a aquellos que vivimos en provincias donde está prohibida, perdería una de sus virtudes, que es la amistad y la limpieza con que se riñe, el respeto a las reglas de juego. Porque si a la amenaza de la ley uno le debe sumar el temor a ser engañado por quien lanza los gallos al ruedo, sin duda las riñas perderían gran parte de su razón. Debe lucharse contra esta clase de gente, aunque quedemos menos. El ladrón, el tramposo, no puede pisar los reñideros sin la condena por lo menos social, y la sociedad somos nosotros. Si permitimos que esta gente continúe con lo suyo estamos conspirando también contra lo nuestro.
Como no podemos denunciar, sólo debemos hablar, boca a boca, y avisar a los demás. Fulano ensucia, a Zultano hay que vigilarlo. Así nos protegeremos a nosotros mismos y evitaremos que esta gente conspire contra las riñas y los galleros. Y debemos excluirlos de ser necesario. Ellos no pueden reñir gallos como lo hacemos nosotros, porque no son galleros, no son como nosotros. Son tramposos.


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