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Desde las antigüedad el hombre viene procurando mejorar la productividad de sus planteles, en torno de más utilidad y rentabilidad. Los métodos utilizados basábanse siempre en las performances de los individuos, macho y hembra, procurando siempre reproducir los mejores para la obtención de productos que sobrepasen los países en el objetivo que se buscaba.
Eran métodos empíricos que no siempre alcanzaban el fin deseado. Todavía, para la época, representaban un esfuerzo en procura de lo mejor. Allá por 1857, gracias a la observación y a la persistencia de un monje llamado Gregorio Mendell, pudo ser descubierto el método por el cual se emplea la heredabilidad, que hoy se tornó en la ciencia de mayor importancia y gran potencial, conocida como ingeniería genética. Cuando cruzamos nuestras aves combatientes estamos asociando dos elementos básicos, como son: el genotipo y el fenotipo. Genotipo es el bagaje genético del individuo y fenotipo es su tipo externo. Como sabemos, genotipo y fenotipo están estrechamente dependiendo de los genes, elementos hereditarios existentes en los cromosomas responsables de cada individuo. Sin embargo, cuando admiramos nuestros gallos y analizamos su tipo morfológico, responsable también de su desempeño en el reñidero, estamos evaluando apenas el fenotipo, pues, el principal, el genotipo, está oculto a nuestros ojos y depende de una serie de factores que se transmiten de una esmerada ascendencia, que generalmente desconocemos. También existe la influencia del medio ambiente responsable de los caracteres adquiridos, no siempre deseados, una vez que el ambiente actúa por efecto de ciertos genes y no de otros. Para el naturalista francés Jean Lamarck, el punto de partida de toda variación depende esencialmente de las condiciones exteriores, esto es, la influencia del medio. Esta apreciación es sólo aceptada en parte y sufrió vehementes réplicas de otros especialistas. No hay duda de que cuando el individuo no se adapta la medio ambiente sufre modificaciones lentas y contínuas. Esto no debe preocupar mucho a los gallistas, pues se trata de procesos lentos y pueden ser hasta benéficos. El mayor problema reside en los cruzamientos, donde el mestizaje es norma general, cosa que los genetistas siempre condenaron. Esto por que la ley de la segregación y de la combinación, independiente los factores, implica la formación de grupos de animales inestables, toda vez que el número de razas que entran en las mestizaciones es grande y hasta desconocidas. El aficionado de los gallos de pelea, en su afán de siempre conseguir lo mejor, procura sistemáticamente cruzar los reproductores que más sobresalen en las riñas con las mejores gallinas. Sin discutir este procedimiento, antes que nada es preciso que se verifique si hay identidad entre gallo y gallina, esto es que cada lado posea semejanzas en la manera de luchar, lanzar golpes, de rebatir, ser “bueno de boca”, etc., etc. No habiendo esa semejanza, la prole tiende para una diversidad en el estilo de lucha, en la agresividad, capacidad de herir, velocidad y otras virtudes propias del gallo combatiente. Feliz del gallista que consiguiese un porcentual razonable de pollos buenos y con las mismas excepcionales cualidades de los padres. En este caso el cruzamiento deberá ser repetido varias veces. El exceso de cruzamientos aleatorios en procura de lo mejor, de lo espectacular, ha sido causa de la ruina y destrucción de muchos linajes. El mejor método será cruzar el gallo con una cinco (5) gallinas de confianza y verificar cuál de ellas proporciona la prole más homogénea, donde las condiciones combativas del padre sean las más visibles. Identificado el cruzamiento ideal, procuremos mantener a toda costa esta sangre en el plantel. Nada de nuevos cruzamientos con aves extrañas, aunque se trate de animales excepcionales. Podemos entonces usar el sistema de consanguinidad, cruzando padre con hija, nieta, bisnieta, etc., no superando la quinta generación. Acá debemos parar e intentar nueva línea de cruzamientos con otra gallina que se identifique con kla línea del gallo. Muchos autores en el pasado comparaban la consanguinidad con un arma de doble filo, esto es, tanto podía servir para mejorar la especie como también para perjudicarla, toda vez que concentrando genes deseables, los indeseables sufrirán el mismo proceso. No obstante, la consanguinidad es considerada un método excelente cuando el criador que lo utiliza está consciente de lo que hace. Los efectos de la heredabilidad y de la variación deben ser objeto de profunda observación del criador para juzgar si debe proseguir o no con el proceso encarado. La mayor parte de las veces los resultados de la consanguinidad han sido muy buenos. Cuando se usa el cruzamiento de mestizos, por mejor que ellos sean, nada se puede garantir con respecto a la excelencia de la prole. La consanguinidad da más garantía pero a su vez exige una selección de reproductores más rigurosa y objetiva.- |